Organización de la orientación

La orientación se sustenta sobre dos grandes pilares, que podríamos denominar: respetar y acompañar. Si bien la función orientadora tiene un aspecto técnico, que desempeña la orientadora del centro, somos conscientes de que todos los adultos participamos de esta tarea, cada uno desde las funciones que le son encomendadas dentro de la comunidad educativa.

El respetar y acompañar los procesos de desarrollo y crecimiento de los niños/as y de sus familias precisa de una mirada alejada de lo clínico, de lo patológico, que parta de un enfoque sistémico e intente descubrir en cada niño/a y en cada familia las potencialidades y las posibilidades de mejora, aunque a veces sean poco evidentes.

Las lagunas, las dificultades, los bloqueos, se entienden como parte del proceso de crecimiento, como un “todavía no”, y la intervención, desde este punto de vista, se encaminará no tanto a diagnosticar, corregir, paliar… sino a estimular, apoyar, descubrir caminos, sabiendo que las situaciones nunca están cerradas ni son inamovibles.

 

En este sentido, creemos también en el poder de la resiliencia como capacidad de la persona para crecer y dar lo mejor de sí misma en las situaciones más desesperanzadoras, siempre y cuando cuente con un vínculo firme en el que apoyarse.

Es por esto que los instrumentos habituales de la intervención orientadora (observación, administración de pruebas estandarizadas, entrevistas…) serán utilizados siempre con esta intención de acompañar procesos y favorecer la actualización de potencialidades, tanto del alumnado como de sus familias, evitando de forma sistemática todo aquello que pueda suponer etiquetar y excluir.

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